CÓMO ME HICE FEMINISTA. UNA GENEALOGÍA PROPIA, POR IRENE SIERRA MENÉNDEZ


Adoro a mi padre. Sí. Cómo no hacerlo, un hombre justo  que educó a todas sus hijas en la importancia de ser libres e independientes. Y por supuesto que siempre fue un modelo a imitar y digno de admiración por mi parte. Pero son las mujeres de mi familia las que me enseñaron la importancia de ser mujer y de luchar todos los días, solo por el mero hecho de serlo. Hablo de mi abuela materna, de mi tía, de mi madre. Tres mujeres que crecieron solas, independientes, en unos años en los que las condiciones de vida no eran fáciles para nadie, y mucho menos para las mujeres, solo por el mero hecho de serlo. Mi abuela sacó adelante a dos hijas en los duros años de posguerra. Con su trabajo. Hay cosas que inevitablemente forjan el carácter de las personas. Es el caso de mi abuela. Fuerte, seca, sin contemplaciones, la que nos esperaba al salir del colegio con café y galletas para merendar. Pues parece que, además, esto se hereda. Y ahora hablo de mi tía. La recuerdo trabajando siempre incansablemente, en la casa y fuera de ella. Peleando por sus hijos. Cosiéndonos los uniformes del colegio. Amasando empanadas y tartas de nuestros cumpleaños. La que más tarde nos esperaría (cuando ya no estaba mi abuela) con café y galletas para merendar. Todo con infinita paciencia, entrega y abnegación. Y todo en silencio, porque entendía que aquello era su obligación y papel en la vida: anularse a sí misma, renunciar a su felicidad personal para que fuera posible la felicidad de los que la rodeábamos. Por fortuna, mi madre nos enseñó que otra vida era posible. Sí, ella también consagró la suya al cuidado de su marido e hijos (seis, nada más y nada menos; la comprendo ahora cuando la veo presumir de habernos sacado adelante y, como ella dice, “todos con carrera”). La que ahora nos espera con café y galletas para merendar. Pero no solo hizo eso. También nos demostró que ella era persona, mujer, y por el mero hecho de serlo se merecía disfrutar de la vida. Así, la vimos salir a clases de intura, con su famosa bolsa roja llena de óleos y los lienzos en la mano. También la vimos formar un grupo de teatro, acudir a los ensayos y representar las obras en el teatro municipal. Y viajar, hacerlo sola, con sus amigas. Nada se le ponía por delante. Y todo con absoluto derecho, solo por ser persona, por ser mujer, por el mero hecho de serlo.
Esta es la historia de tres mujeres luchadoras, tenaces, perseverantes, enérgicas, emprendedoras, valientes. Tres modelos de vida diferentes por ser mujeres. Solo por el mero hecho de serlo.

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