DE ITALIA AL FIN DEL MUNDO

Esta semana termina el curso para los alumnos de 2º Bachiller. Martín Diego, alumno de 2º Bachillerato de Humanidades del instituto, afronta dicho final con estas palabras que hoy os presentamos. Sus recuerdos y su despedida llevan por título "De Italia al fin del mundo". Pues sí, de Italia al fin del mundo, pasando por el IES David Vázquez de Pola de Laviana. Muchas y sinceras gracias, Martín. Y mucha suerte a todos.






Hace unos días, Irene me propuso escribir algo para el blog del instituto como últimos deberes de Lengua. Después de escribirlo, solo se me viene a la cabeza el famoso tópico virgiliano fugit irreparabile tempus.

Llegamos al instituto, al igual que Andrea a Barcelona, con una maleta cargada de libros y anhelos, de miedos y esperanzas. Éramos unos enanos que apenas levantaban un palmo del suelo, pero que nos creíamos con fuerza para parar un tren.

Buscábamos nuevas aventuras, nuevos retos, conocer nueva gente y, sobre todo, pasárnoslo bien. Todos habíamos oído las épicas hazañas que contaban nuestros hermanos y amigos mayores sobre lo que habían hecho por los pasillos de ese edificio —que, como todos decían, estaba a punto de venirse abajo— y nosotros no queríamos quedarnos atrás.

Tenemos montones de recuerdos de aquellos años locos en los que nos daba igual todo, solo queríamos reír y pasárnoslo lo mejor posible para intentar hacer más amenas las seis horas que pasábamos escuchando largos discursos sobre los cantares de gesta, los cefalópodos o el siempre útil y omnipresente mínimo común múltiplo.

Cruzar los pasillos se convertía en una carrera de obstáculos en la que había que esquivar borradores y compases voladores, balones de fútbol y baloncesto, perchas, puertas de taquilla, estuches y chavales kamikaze para llegar a tiempo a clase y que no te pusieran un retraso por tercera vez esa semana. 


Correr era nuestro deporte nacional: correr para no llegar tarde a clase, correr para coger el
mejor sitio para copiar en el examen, correr a pol pinchu a la cafetería, correr para que no te cerraran la puerta a primera, correr cuando el de E.F. nos miraba, correr por los pasillos para esquivar al jefe de estudios, correr hacia la puerta cuando tocaba filosofía a última, correr al aula de plástica cuando venía la conserje a pillarnos pirando… Nos pasábamos el día corriendo, pero, ¿y lo bien que nos los pasábamos? 
Sin embargo, el instituto no solo iba de nosotros, también de nuestros profesores. Hemos tenido muchos, docenas. Unos mejores, otros menos mejores, pero todos han dejado en nosotros un poco de ellos. Nos han transmitido conocimiento y cultura, historia y pensamiento crítico, nos han alentado a seguir estudiando, a investigar sobre todo lo que nos rodea y a no rendirnos nunca, por difícil que se pongan la cosas.

Hemos reído y llorado con unos, cantado y bailado con otros. Pero también hemos tenido que soportar largas broncas por cosas que, viéndolo ahora con perspectiva, me hacen gracia. Unos pocos tendrán la suerte de quedarse para siempre en el recuerdo, ya sea para bien o para mal, por haber sido únicos e inigualables; sin embargo todos nos han ayudado a crecer no solo como estudiantes, sino también como personas y, por ello, les estoy agradecido.
Como muchos antes que nosotros, hemos creado abundantes historias que contar de nuestro paso por el instituto, pero cabe la posibilidad de que, quizás (y solo quizás), algunas incumplan el reglamento, pero en nuestra defensa diré que las perchas también se pueden caer solas. Sin embargo, espero que las generaciones venideras puedan crear las suyas propias, eso sí, siempre dentro del reglamento.

Por último, me gustaría agradecer a mis compañeros todas las horas, semanas y meses de compañía y diversión que me habéis proporcionado. Os echaré mucho de menos, habéis sido indispensables e insuperables.
Espero que podamos graduarnos (aunque sea en septiembre), revivir todos esos fantásticos años y cenar por una última vez todos juntos antes de empezar un nuevo camino, ya lejos del familiar ambiente del instituto, donde todos fuimos, somos y seremos una gran familia.


Nuestros caminos se separarán, pero recordad el refranero español, que, como bien nos dijo aquella inolvidable profesora de inglés, nunca se equivocan: 

Nos veremos por los bares.

Chicos, de Italia al fin del mundo, muchas gracias;
Martín.



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